Bangkok


Su urbanismo parece haber quedado a merced de los caprichos del azar más socarrón. Pero eso no es nada comparado con la vida misma en esta colosal metrópolis. Fascinante, sucia, rápida y sensual, como constatan sus cientos de espectáculos eróticos (los más famosos incluyen pelotas de pin pon…donde no intervienen paletas), y su “barrio rojo”, notablemente concurrido de oferta y demanda.

Precedida de siglos de historia, entre los muchos templos budistas de Bangkok destaca el impresionante complejo de piedra del Wat Pho, donde encontraremos el buda reclinado más grande del país. O el Wat Arun, cuyo Prang (torre de piedra de estilo Khmer) puede subirse a través de sus escaleras exteriores, previo acopio de fuerzas, y cálculos astronómicos para evitar la presencia encarnizada del sol.

Otra visita obligada será el palacio real, residencia oficial del monarca desde el siglo XVIII. Es una llamativa combinación de tradición tailandesa, sin escatimar en pan de oro, con el estilo occidental, muy en liza en el XIX. Más curiosa resulta la historia que rodea la casa de Jim Thompson, un estadounidense que hizo fortuna con la exportación de seda. Enamorado de la cultura tailandesa, vivió en una casa de estilo tradicional con jardín, en la que fue recopilando antigüedades a lo largo de los años. Y lo que ya debió ser un museo en vida, se convirtió precisamente en eso tras su extraña desaparición, sucedida en Malasia.

El alojamiento se adapta a todos los bolsillos. Ya sea en Silom, zona occidental con los mejores hoteles, o por la simpática Khao San Road, donde el precio de las camas no supera los tres euros, como bien sabe la multitud de mochileros que atesta los bares colindantes. También en Silom, se encuentra el abarrotado mercado nocturno de Patpong, lugar idóneo para regatear con vendedores a deshora. Claro que si buscas una experiencia más pintoresca, la encontrarás a una hora de la ciudad, en el célebre Mercado Flotante, donde las compras se hacen en las barcas que surcan los canales.
 


 

Otro deber del viajero será desafiar a la polución urbana en un tuc tuc: un taxi-ciclomotor cuya cabina tiene sitio para tres personas (o cuatro, o cinco: no hay ley que se resista a la presencia de dólares). Si tiene suerte irá lleno de guirnaldas y decoración dispar, presidida por budas dorados. Puede optar por el Skytrain para evitar los atascos, o por los muchos taxis acuáticos que unen los canales. Pero al final acabarás recurriendo a la armada de taxis verdes, rosas y amarillos que abarrotan la ciudad. De cara a comunicarse con el conductor, ten en cuenta que muchos tailandeses no entienden el inglés (demos por totalmente perdido el español). Así que un consejo: pide en las recepciones de los hoteles que te escriban en thai el nombre del lugar al que quieres dirigirte, para evitar desquiciantes circunloquios verbales (y de trayecto) con los taxistas, mientras el contador corre, riéndose de tu bolsillo.

No será raro si tu relación con Bangkok acaba rozando la esquizofrenia. Pasarás del amor al odio con facilidad pasmosa. Y no es casual que el odio suela coincidir con las horas de sol más aplastantes, con sus atascos de proporciones bíblicas, o con la ruleta rusa de las comidas, que a veces dispara hacia el estómago. Pero dar un paseo en barca a través de sus canales y ver el sol ponerse sobre los azulejos del Wat Arun es una experiencia inolvidable, que justifica todos los jetlags y lipotimias. O reincidiendo con otro Mai Thai bajo los neones coloristas de Kao Shan Road, hipnotizado con el ir y venir de propios y (muy) extraños. Nada importa. Al final, es imposible no sucumbir ante los encantos de Bangkok y perdonarle todos sus defectos.

http://www.traveler.es

مرکز گردشگری علمی-فرهنگی دانشجویان ایران
Copyright ©2018 istta.ir All rights reserved. Powered & Designed by WebTakin.ir , Graphic by Yousefi
logo-samandehi